Lo mejor de cada navidad era volver a escuchar el ruido de motores después de casi dos meses de silencio. Era lo que realmente me gustaba, y sobretodo llegar y verlo con mi padre. Gracias a él, que me ha enseñado desde que levantaba apenas dos palmos del suelo este deporte, esta vida. Amaba discutir porque a él le gustaba Marc Coma y a mí Isidre Esteve. Era genial, y lo seguiría siendo de no ser por aquel veinticuatro de marzo de dos mil siete. Llegué a pasarlo realmente mal por alguien a quien no conocía más allá de encima de una moto. Dos vértebras rotas, una silla de ruedas como mejor amiga y una vida tirada a la basura. Pero, ¿sabes qué es lo que más admiro? Esa fuerza para seguir adelante y esa sonrisa permanente, ese valor para cambiar las dos ruedas por las cuatro en dos mil nueve, verte de nuevo en el Dakar y ¿la posición? Lo de menos, yo te admiraba desde hacía tiempo, y lo seguí haciendo.
Pero ya no, ahora no estás, lo has dejado todo y te echo de menos, más que nunca. Segura estoy de que ahora mismo, Coma y Despres serían tus mayores enemigos en condiciones normales. Pero la vida vuelve y te sorprende, y te sigo echando de menos.
Gran Isidre, molt gran.
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